jueves, 13 de agosto de 2015

Día y Noche



Me miras mientras los rayos de sol calientan tu piel. Sé que no estás sola pero no puedo soportar estos metros que nos separan. Hablas con tu familia, la misma que no puede verme. Mi familia contra la tuya. Lo único que hay en común entre las dos es su odio y nuestro amor.  A veces, me siento un acosador, de esos  que te observa. Cada vez que nos cruzamos te miro, tú me miras, te muerdes el labio inferior y yo apretó mis puños para contener mis ganas para no lanzarme a tus besos.
Miramos las manecillas del reloj y nuestros corazones palpitan al unísono. Me enfrento a mi familia e incluso robo el coche de mi padre. Primera. Segunda y tercera. No puedo dejar de pisar el acelerador, cuarta y quinta. Ni los semáforos son frontera para mí. Solo tengo en mente tu cara, tu cuerpo.  La noche se ha alzado y he llegado a nuestro refugio.
Aquí no somos enemigos, no hay apellidos que nos enfrenten. Solo nuestros cuerpo desnudos iluminados por nuestra testigo, la luna que nos protege. Ahora, somos lo que siempre hemos deseado un mismo corazón, un alma y un mismo ser. 
Puedo pasarme horas mirándote mientras me acaricias con tus dedos pero se me descompone el cuerpo cuando veo que nuestra amiga se esconde por detrás de las colinas. Ella se marcha para que la vida vuelva a la realidad. Una maldita realidad en la que no podré tocarte ni besarte solo desear que vuelva a salir la noche y pueda ir hacia ti para poder volver a  enamorarme. 


David R. Prieto

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